Luis Hornstein es reconocido con el Premio Konex de Platino década 1996-2006: Psicoanálisis. Asesor del Departamento de Salud Mental de la Municipalidad de la Ciudad de Buenos Aires, Codirector junto al Dr. Mauricio Goldenberg del Centro de Estudios Psicoanalíticos de Caracas (1978-1983). Presidente de la Fundación para el Estudio del Psicoanálisis (FUNDEP). Profesor invitado de posgrado en diversas instituciones del país y del exterior.
El Dr. Luis cuenta con una amplia trayectoria y su influencia a trascendido en diferentes escuelas psicoanalíticas, ha impartido conferencias magistrales en diferentes partes del mundo.
Autor de numerosos artículos y capítulos de libros publicados en revistas nacionales y extranjeras, entre ellos:
***Teoría de las ideologías y psicoanálisis (Kargieman);
***Introducción al psicoanálisis (Trieb);
***Cura psicoanalítica y sublimación (Nueva Visión);
***Cuerpo, Historia, Interpretación (comp.) (Paidós);
***Práctica psicoanalítica e historia (Paidós);
***Narcisismo (Paidós);
***Intersubjetividad y Clínica (Paidós);
***Proyecto terapéutico (comp.) (Paidós);
***Las depresiones (Paidós);
***Autoestima e identidad (Fondo de Cultura Económica);
***Las encrucijadas actuales del psicoanálisis (Fondo de Cultura Económica)
***Ser analista hoy: fundamentos de la práctica.
IX JORNADA ACADEMICA INTERNACIONAL, "ENCRUCIJADAS DEL EDIPO: SEXUALIDADES"
Presenta a la Conferencia Magistral:
"REPENSANDO EL EDIPO"
Si bien Freud ya utilizaba el término en 1910, “complejo de Edipo” sólo adquiere su significado teórico amplio a partir de 1924, cuando ya estaban asentadas las articulaciones esenciales: fase fálica, complejo de castración, sexualidad femenina, ,identificación, narcisismo, segunda tópica, pulsión de muerte. En un buen teórico, no hay nociones sueltas. Todas integran una constelación conceptual.
Hay un modo de no empecinarse en cuestiones superadas. “El conocimiento del pasado no es de desear sino cuando está al servicio del pasado y del presente, y no cuando debilita al presente, cuando desarraiga los gérmenes vivos del porvenir” (Nietzsche). Una historia crítica refrenda y recusa, juzga y elige con el objetivo, siempre, de esclarecer problemáticas vigentes.
La subjetivación articula el devenir narcisista y el tránsito edípico con sus grandes ejes: la identidad y la diferencia, el deseo y la prohibición, el yo y la alteridad. La historicidad que nos concierne, como psicoanalistas, concierne al escenario edípico. Éste determina: la escena primaria (como interrogante acerca del origen), el embarazo (inclusión ligadora del hijo al cuerpo de la madre), el parto (disyunción del cuerpo materno), la relación con el pecho (fusión debida a la prematurez), la constitución del yo (separación individualizante), la triangulación edípica (articulación de las relaciones entre prohibición separadora y reunión por identificación con el rival), la sublimación (conjunción con el mundo cultural), la adolescencia (como duelo separador de los padres), la elección de objeto (encontrar al objeto es reencontrarlo) y, nuevamente, la escena primitiva (pasaje a la maternidad-paternidad)
Freud se sumerge en el filón de la sexualidad femenina llevado por una curiosidad creciente por la intersubjetividad. Gracias a ella, complejiza su teoría y se libra de cierto biologismo de sus primeros trabajos. La realidad psíquica materna es una tópica. Dentro de ella, el niño deberá encontrar sus primeros rasgos identificatorios y constituir su narcisismo. Compleja historia edípica la de la madre: - ser el objeto de deseo de la madre - tener un hijo de la madre - acceso a la triangularidad, aceptación de la diferencia de sexos - tener un hijo del padre - disolución del Edipo, pasaje a la exogamia— dar un hijo a un padre— al ser madre, anhelar que su propio hijo se convierta en padre o madre. El deseo conciente de hijo es irrigado por la secuencia.
Cuando el niño descubra que el deseo de la madre no es el deseo de él, para ese deseo tendrá que figurar un deseo referido a otro lugar que lo desaloje de esta posición de objeto exclusivo. La madre que busca en un tercero algo que el niño no puede colmar, lo destituye de su posición de privilegio. Al mismo tiempo se le impone al niño su castración. El falo queda más allá del mundo dual en que hasta ese momento estaba ubicado. El niño debe renunciar a su identificación imaginaria con el falo materno y estructura un mundo simbólico desde el cual circula el deseo.
Lacan indaga el complejo de castración al afirmar que el padre es aquel que es por derecho poseedor de la madre. Ese es el origen. Solamente el niño puede acceder a una función paternal plena, ser alguien que se siente en posesión de su propia virilidad si su propio pene es momentáneamente negado. Esta es la culminación. El Nombre del Padre es esencial para la estructuración del mundo simbólico y es aquello por lo que el niño sale de su acoplamiento con la omnipotencia maternal.
El niño ingresa al Edipo con una identificación primaria ya realizada, y ese yo especular constituye la matriz simbólica de las identificaciones posteriores. Al reconocer su imagen en el espejo, el niño se identifica con ella. El acceso a una imagen unificada del cuerpo se logra a través de lo que el niño escucha en el discurso materno que habla de su cuerpo. La triangularidad edípica conmueve la omnipotencia narcisista, propia de la relación dual. Y convierte al drama edípico, con sus prescripciones y sujeciones, en figuración prototípica de las relaciones humanas.
Es necesario considerar no solo qué lugar ocupa el padre (o el hombre) en el deseo de la madre, sino también qué lugar ocupa él en su propia historia y en el medio social. La relación del padre con su hijo actualizará las marcas de la que tuvo-tiene con su propio padre. En el padre el deseo de muerte, reprimido, será reemplazado por el anhelo conciente de que su hijo llegue a ser aquel a quien se le da el derecho a ejercer la función paterna en el futuro. Y así ofrece un derecho de usufructo sobre estos dones.
Si en el discurso y deseo materno no hay reconocimiento del padre, el niño queda atascado en la relación dual. El desdoblamiento narcisista reemplaza en este caso a la diferencia de los sexos. Para que el padre sea reconocido como depositario del poder fálico no basta con que el niño sepa que el padre tiene un pene sino que debe saber también que el padre es deseado por la madre. Y para que la madre sea reconocida como prohibida al deseo (en tanto que madre) y como modelo del objeto futuro del deseo (en tanto que mujer), no sólo es preciso que el sexo femenino sea reconocido como diferente sino que el niño debe visualizar al padre como deseante de esa diferencia. La diferencia debe hacerse significante del deseo.
El padre posee la persona que para el niño es promesa de goce. Se interpone entre ella y el niño. Excluyendo al niño se constituye en rival y modelo. El niño entra al Edipo con una rivalidad casi fraternal con el padre, pero las aguas se van encrespando. La función paterna, función de tercero, de mediación, es lo que permite el pasaje de una relación particular a un estatuto universal, ya que el falo contiene en su orden la posibilidad de todos los goces y llega a ser el equivalente general de los objetos eróticos.
Si decimos que la familia occidental es patriarcal y exogámica, adelantamos algo, poquito. Si nos esforzamos, podremos discriminar las formas ideológicas que gobiernan la representación de la maternidad y de la paternidad. Cuando se piensa en los avatares de la autoridad paterna, en el contexto sociosimbólico que la determina, no puede menos que reconocerse que se halla allí en juego una función que trasciende a los protagonista individuales en cada caso. No se trata de entender el Edipo a partir de la familia como totalidad autónoma y menos aún como unidad biológica-natural, sino inversamente desde el conocimiento impuesto por los factores socioculturales en que se ordena la realidad social.
Desde otra perspectiva, Deleuze y Guattari critican ciertos aspectos del psicoanálisis. Lo acusan de reducir la producción del deseo a sistemas de representaciones y de reducir los investimientos sociales a investimientos familiares. Consideran al Edipo como una forma represiva de concebir al inconciente: “no existe el triángulo edípico: Edipo siempre está abierto en un campo social abierto. Edipo abierto a todos los vientos, a las cuatro esquinas del campo social (ni siquiera 3 + 1, sino 4+n). Triángulo mal cerrado, triángulo poroso o resumante, triángulo reventado del que se escapan los flujos del deseo hacia otros lugares”. Asimismo plantean críticas a lo que definen como familiarismo “la familia nunca es un microcosmos en el sentido de una figura autónoma incluso inscripta en un círculo mayor al que mediatizaría y expresaría. La familia está excentrada, descentrada”. Inspirados en Nietzsche afirman: “los tres errores sobre el deseo se llaman la carencia, la ley y el significante. Es un único y mismo error, idealismo que se forma una piadosa concepción del inconciente”.
Edipo narcisizante, identificante, socializante, historizante, sexualizante. Pero esto lleva a pensar en un Edipo ampliado, abierto a lo social. Padre y madre son portadores de una sociedad y de una cultura; y cuando el niño está sorbiendo leche está absorbiendo también un complejo tráfico simbólico. Es imprescindible definir con precisión las relaciones sociales de producción en su articulación con los vínculos de alianza y consanguineidad, pues en esta trama la individualidad biológica adviene al mundo humano y su psiquismo se plasma en la inscripción constitutiva de tales relaciones. Es necesario, en consecuencia, abrir el problema epistemológico de las formas diferenciales del Edipo y remitirlas a su articulación social.
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